Por Fernando Buen Abad Domínguez
Una clave de la “epistemología”
revolucionaria radica en intervenir críticamente sobre la acumulación, la
ordenación, la jerarquización y la producción social del conocimiento y
convertirlos -de raíz- en herramienta para la lucha emancipadora. Hay que conocer,
también, las “torres de marfil” del conocimiento burgués y desde ellas
identificar todas sus falencias de método y de alcances en la contradicción
reinante entre el “saber” mercantilizado y el saber para resolver los problemas
sociales. Aprovechar los mejores avances y torcerles el rumbo para que se
subordinen al buen vivir socialista. Las escuelas de cuadros y los cuadros
deben probar sinceramente que tienen voluntad de aprender. Sobre todo conocer
los clásiscos del marxismo, sus tesis y sus métodos “…sin teoría revolucionaria
no hay práctica revolucionaria”. Lenin
No hay saberes asexuados ni los hay neutros,
ni in vitro. Enseñar, aprender y saber no son acontecimientos “inocentes”. Todo
conocimiento contiene intereses históricos, de tipo muy diverso, y contiene
tradiciones teórico-metodológicas de las cuales es tributario y emblemático.
“Sólo el que matiza sabe”, dicen algunos jesuitas, y eso implica, en el
“saber”, el reconocimiento de sus partes y de su todo en acción histórica y en
cumplimento de objetivos. Especialmente implica romper los oscurantismos y las
jergas de secta ideadas, entre otras cosas, para distanciar de los pueblos el
“saber”. Dígase lo que se diga el problema epistemológico profundo consiste en
quebrar y superar el cuerpo ideológico burgués que convirtió el conocimiento en
mercancía.
El capitalismo, que es (también)
una fábrica de púlpitos, no despreció a las escuelas, ni a la vida académica en
general, como una de sus armas de guerra ideológica contra los pueblos y contra
la clase trabajadora. Se constituyó en dador de saberes y en licenciatario
plenipotenciario para formar a sus “cuadros” y admitir entre sus filas a todo
aquel capaz de aprender “bien” lo necesario y ser capaz de sentirse agradecido
por los títulos y los oropeles académicos del sistema. Súbditos educados para
progresar en reino de las mercancías y el amor a la propiedad privada (del
“amo”). Hay que ver lo que las universidades burguesas dicen de sí mismas.[1]
Por eso las escuelas de cuadros,
revolucionarias, no pueden ser -sólo- ámbitos de partidos políticos, además
deben ser herramientas dinámicas multi-presentes y creativas dispuestas a
trabajar en barrios, fábricas, talleres... y en todas las áreas del
conocimiento para resolver la crisis de dirección revolucionaria que agobia a
la humanidad en garras del capitalismo. Incluso dentro de las instituciones
educativas. Eso implica, principalmente, la formación metodológica que permita
actuar, crítica y revolucionariamente, en todas las áreas del saber e
identificar las disputas teóricas que se mueven (no pocas veces embozadas) en
el corazón mismo del todo conocimiento para rescatarlo hacia el campo social al
cual debe servir como premisa ética suprema. Y no confundir las tácticas con
los principios. Nada más y nada menos.
Haría mucho bien dedicar espacio
suficiente a la formación histórica con la metodología que permita entender el
desarrollo humano desde y por sus luchas emancipadoras, sus ascensos y
tropiezos, sus agendas de ayer y la relación ellas con el presente y el futuro.
Otorgar tiempo y espacio a desnudar todas las trampas ideológicas que el
capitalismo ha inventado para confundirnos, acomplejarnos y arrodillarnos ante
sus ídolos y sus idolatrías. Dedicar tiempo a la cultura y a las artes por el
encuentro entre el saber y el placer que son herramientas muy poderosas para
enriquecer el espíritu y la moral de lucha. Y dedicarnos a trabajar en los
problemas de organización y en los problemas de movilización para cambiar al
mundo. En lo concreto y sin fetichismos. Asumir el desafío de convertirnos en
democracia verdadera, en dirección y en gobierno y entender cómo debemos
atender problemas energéticos, educativos, culturales, de vivienda, de salud y
laborales… y del estado del ánimo, entre otros muchos.
Hay que dar importancia máxima a las “escuelas de cuadros”, asignarles
recursos económicos suficientes y equipos humanos con formación y militancia
probadas. Asignarles espacio y prestigio. La “escuela de cuadros” es mucho más
que un motor de propagandistas y agitadores es, principalmente, usina
científica y creativa trabajando como organizador social revolucionario de
organizaciones políticas y sociales. La escuela de cuadros no es un “club de
discusión” para la diletancia sino una organización que discute y combate
preparándose y preparando a sus cuadros tanto en la teoría como en la práctica,
en el arte de la guerra (de todas las batallas) y para ayudar al triunfo del
proletariado en la lucha de clases. Formador del ejército proletario en las
ciencias, en las artes, en la defensa militar y en la revolución artística que
entre otras cosas ayudará a nuestra victoria en la revolución socialista
mundial. Estudiar, en clave de lucha, con el objetivo supremo de derrotar al
capitalismo. Colocar las piedras angulares de la ciencia que los socialistas
deben impulsar, en todas las direcciones, si es que no quieren quedar rezagados
de la vida... de la buena vida.
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